HIV positivo
 
 (cuento – Jaime Fiol – 1995)
 
Glosario imprescindible para la lectura:
 
“EL ALEPH” cuento antológico del escritor argentino Jorge Luis Borges. Se recomienda su lectura.
 
“GUN” (gingivitis úlcero necrotizante de  Vincent):  afección común e histórica causada por una bacteria (borrelia vincentii), que  afecta las encías de los adolescentes por mala alimentación, exceso de  actividades y poco dormir. Se cura con buches de bicromato de potasio en dos  dias y cambios de conducta. Hoy, hay que reportar estos casos como SIDA y se lo  trata con antibióticos (¿?) 
 
                      ***
 
No sé si Borges vió el Aleph en el sótano de la casa de la calle  Garay porque no sé si Carlos Argentino Daneri es un personaje de ficción o el  primo de Beatriz Viterbo que tampoco me queda claro si fue una invención  literaria.
Borges se permitía jugar entre la realidad y la ficción porque sabía  que al fin confluirían junto a él y a sus personajes, a ustedes y a mí en aquel  punto donde se concentran todos los puntos del universo: El Aleph.
Núcleo singular donde me encontraba, cuándo y mientras Irene me habló  de su enfermedad, tendiéndome el puente que me sacó de entre las páginas de la  antología borgeana. Puente que transité escuchando la lapidaria sentencia de  Irene: “soy portadora del virus del SIDA”. Y tras ella el minucioso relato de  algunos síntomas como el fuerte dolor en sus encías sangrantes, pérdida de peso,  fatiga y sobre todo un inocultable miedo a la muerte. Transité el puente que me  llevó desde el laberinto borgeano al “síndrome de inmunodeficiencia  adquirido”
Me encontré frente a los ojos vidriosos de Irene, tomé su historia  clínica y, reclinándome en el sillón, le dije:
-Bueno Irene, vamos por partes. ¿Cuál es el motivo de tu consulta, el  problema en tus encías?  –intentando dejar el tema pesado fuera de  foco.
-  Sí claro, pero…
-  Irene. Lo que tenés en la boca es una gingivitis úlcero necrotizante. Unos  buches de bicromato de potasio y en dos o tres días estarás curada. El  decaimiento, la fiebre y la pérdida de peso se deben a lo mismo. Eso sí, debés  descansar más y alimentarte mejor.
Me miró como si hubiera consultado con un adivino. Bajó la vista y un  tenue rubor cubrió sus mejillas. “Sí, casi no duermo y me alimento mal”,  confesó.
No tuve que decirle que había ingresado sin advertirlo a un mundo  donde la ficción y la realidad parecen jugar a una especie de multicausalidad  circular y entonces dudé sobre quién había cruzado aquel puente y si en lugar de  estar en el consultorio, no me encontraba aún en el sótano de la casa de la  calle Garay con Irene, con Beatriz Viterbo, con Borges, formando parte de todos  los puntos del universo.
Mi primer mensaje fue concreto: “Esto de las encías es un  alerta, si sigues con este ritmo de vida te vas a morir”
-  Porque tengo SIDA  - reiteró
Había corregido el punto focal y ahí estaba su Aleph, su punto donde  se concentraban todos los puntos de su universo, su “HIV positivo”. Entonces le  pedí que me contara todo.
-Hace unos años estuve noviando con un chico que después supe murió  de SIDA, me asusté y fui a un centro de detección donde me enteré que me había  contagiado el virus. Desde entonces estoy en tratamiento.
-¿Te sigues drogando? 
-¿qué tiene que ver con lo que le estoy contando?   –replicó  indignada
La respuesta a mi pregunta era casi obvia como también era obvia la  reacción de Irene. Me contó, ya más tranquila, que sí, que se drogaba pero ahora  casi no. Me contó que aquel muchacho se daba de lo lindo y que con él comenzó  con marihuana, coca y después los jeringazos.
Mi segundo mensaje fue también contundente: “Vivir o morir  depende exclusivamente de vos”
Los ojos de Irene se me clavaron reclamando urgentes explicaciones.  “las drogas son en sí mismas inmunosupresoras pero además están contaminadas ¿o  no las preparaban en el suelo o arriba de una mesa antes de inyectárselas?  ¿Crees que así se procesan los medicamentos que te venden en las farmacias para  inyectar?
-Nos decían que no intercambiáramos jeringas y no lo hacíamos y  usábamos preservativos.
-Debieran haberles dicho además, que no se droguen. Se estuvieron  inyectando virus, gérmenes, parásitos, disolventes impuros y no quiero  imaginarme qué tipos de drogas. Y todo lo que rodea a la drogadicción.  Marginación, promiscuidad, desnutrición, agotamiento, estrés. Yo te diría,  Irene, que no necesitás de ningún dudoso retrovirus para morirte de SIDA. ¿Qué  es la inmunodeficiencia? Es desnudarte de defensas y entonces te pescás todas  las enfermedades pero más fuerte
-¿Y?
-  Si ordenás tu vida, si dormís ocho horas por día, si te alimentás bien, si dejás  de drogarte, si vivís con amor hacia vos y hacia los demás entonces te abrigarás  con defensas y serás inmune a todas las enfermedades.
Irene se apoyó sobre el escritorio, me miró fijo y casi gritando me  dijo que hacía dos años que no se drogaba, que hace dos años que está en  tratamiento con el cóctel y que también hace dos años que cada día se siente  peor. “me estoy muriendo de SIDA doctor, ¿no puede comprender eso?”
Comprendí sí, que yo estaba equivocando el discurso. Terminé de  anotar algunas precisiones de su relato y le dije que tal vez se sentía mal por  los efectos secundarios de la medicación pero que si era verdad lo que me  acababa de confesar nunca se moriría de SIDA. Irene pareció calmarse y reiteró  que en verdad hacía dos años que no se drogaba.
No pude decirle que dejara de tomar AZT porque ese debate nos lo  debemos los profesionales de la salud desde hace mucho tiempo, porque el tema  SIDA empezó mal y sigue peor. Es un sindrome que no sólo tiene signos y síntomas  médicos sino también jurídicos, sociales, religiosos, económicos, filosóficos.  Es un sindrome que generó más leyes que enfermos. Pero este es otro tema.  También es otro tema la penalización del consumo personal de estupefacientes que  aleja peligrosamente al adicto del médico.
Irene fue precisa cuando me recordó que las estadísticas muestran lo  contrario de lo que yo le estaba diciendo.
Las estadísticas, le dije, son hechas por humanos e interpretadas  también por humanos. No son infalibles. Recordá que cuando aparecieron los  primeros casos por los años ochenta le daban dos años de vida a los infectados,  ahora, como no se murieron tal lo esperado dicen que veinte años, después dirán  treinta, cuarenta. Morirse costará toda una vida.
-Mi ex novio se murió –increpó
-tu ex novio se drogaba, por eso se murió
-¡Y me contagió el virus! 
-Digamos que puede ser. Lo que no quiere decir que vayas a morirte,  porque vos dejaste la droga y el virus sólo no provoca SIDA.
Irene abrió los ojos hasta casi desorbitarlos. Y yo no pude decirle  que es probable que ni siquiera exista como virus y sí como una enzima más o  como una proteina más. No pude decirle que en mi experiencia personal desde 1983  a 1992, los enfermos que atendí en el ámbito del Servicio Penitenciario Federal  eran todos drogadictos por vía endovenosa. No pude decirle que el contagio es  imposible y esto lo probaba el hecho de que en un ámbito tan propicio a la  homosexualidad y a la promiscuidad como es el carcelario no había sino  drogadictos infectados o enfermos. No pude decirle que quien estaba frente a  ella sostenía esta tesis desde 1984, ni que desde 1990 en los Congresos  Internacionales de la Especialidad se comenzaron a documentar casos de enfermos  de SIDA sin virus. Que los científicos se desesperan por encontrar el VIH III  que salvaría la endeble hipótesis del SIDA como enfermedad infecto-contagiosa.  Tampoco pude decirle que Peter Duesberg, eminente retrovirólogo miembro de la  Academia de Ciencias de los EEUU y Kary Mullis, Premio Nobel de química 1993 por  inventar la reacción en cadena de la polimerasa coinciden en negar el origen  viral del SIDA. No pude hablarle de la teoría tóxico-nutricional de Roberto  Giraldo. Tampoco que según el informe Concord, un emprendimiento anglo-francés  con más de mil pacientes tratados, el AZT no sólo no sirve para nada sino que es  altamente tóxico y provocaría al final SIDA “per se”.
-¿me está diciendo que el virus no provoca el SIDA? ¿O entendí mal? –  Irene estaba desconcertada.
-entendiste bien. 
Hubiera querido decirle que hasta el diagnóstico tal vez fuera  incorrecto. Que si tenía toxoplasmosis o simplemente infectada por el parásito,  por nombrar una de las tantas causas, le daría igual positivo. Pero no me  hubiera creido. ¡Cómo aceptar un discurso que se enfrenta con la historia  oficial! Entonces retomé el nivel pragmático del mensaje. Insistí en que se  informara sobre el tratamiento con AZT, que indagara si era conveniente o no.  Que comprometiera en la opinión a los infectólogos. Le dije por enésima vez que  ella era libre de elegir su tratamiento. Libre de elegir entre vivir o morir.  Que el SIDA se cura y que el diagnóstico de “VIH positivo o negativo” es  absolutamente incierto. Que si no se drogaba más, si se alimentaba bien y  descansaba ocho horas diarias no se iba a morir de SIDA.
¿Qué le llegó de todo lo que charlamos? Sólo ella lo sabe. Le di la  receta para la gingivitis y nos despedimos. Irene es libre de elegir, pero esa  libertad está acotada por condicionamientos. Sólo aceptamos cambios cuando estos  no son muy violentos y si Irene va camino al precipicio, ese será al fin su  destino. No hay forma de impedirlo pues Irene tiene también libertad para  morirse. Al fin, todos nos encontraremos en el Aleph. Tal vez no en el que  poseía Carlos Argentino Daneri en el sótano de su casa de la calle Garay. Tal  vez en el que Borges sitúa, en la posdata de 1943, allá en El Cairo, en el  interior de una de las columnas de piedra de la Mezquita de Amr.
Irene es parte del Aleph, tiene la posibilidad de curarse, pero como  le advirtió Daneri a Borges: “ahí está, El Microcosmos de alquimistas y  cabalistas, nuestro concreto amigo proverbial, ¡el multum in parvo!”. Claro que  si no lo ves, tu incapacidad no invalida mi testimonio”.
 
Jaime Fiol – Publicado el 20 de mayo de 1996 en el periódico “El  Consultor”,  MORENO – Provicia de Buenos Aires – REPÚBLICA  ARGENTINA
 
 
 
